Cadillac Eldorado (1953-1959)

Compartiendo celebridad con el inimitable Elvis, el Eldorado se presentó ante una sociedad estadounidense en plena efervescencia, con una riqueza estilística y un equipamiento sorprendentes. El hombre que lo materializó, el creativo Harley J.Earl, encontró en el sueño aeroespacial la fuente de inspiración ideal para lanzarlo al estrellato.

Cadillac Eldorado (1953-1959)
Cadillac Eldorado (1953-1959)

Pese a lo aparatoso de su diseño, más propio de una aeronave espacial, el Eldorado Biarritz del 59 sorprende a quien lo conduce con una marcha fácil y ágil. A ello contribuyen el poderoso V8 y las servoasistencias de que está dotado, consiguiendo mitigar el elevado peso de este singular convertible. Sentado a los mandos de este Biarritz, surgen sensaciones más allá de las aportadas por los sentidos. A la vista de su ostentosa estampa, a uno, le da por echar la vista atrás y tratar de reconstruir cómo debían de ser aquellos años cincuenta. Y pronto descubre la enorme distancia que separaba las dos orillas del Atlántico. Como la noche y el día, la vida a uno y otro lado poco o nada tenían en común. El desarrollismo industrial, la euforia colectiva y el consumismo de los americanos, contrastaban con la autarquía, el aislamiento y el obligado esfuerzo por salir adelante de los de aquí.

América y su ambicioso "sueño" pasaban por un momento dulce, animados por los acordes del rey del rock & roll y deslumbrados por la belleza y el erotismo de la musa Marilyn. Aquí capeábamos el temporal en otro tercio bien distinto. El atraso cultural e industrial, y el agotador empeño por asomar la cabeza al mundo moderno y tecnócrata, se intentaban solapar con el castañeo folklórico de la Faraona y el triunfo ciclista de Bahamontes en el Tour de Francia. Casticismo en estado puro, vamos.

Otro tanto ocurría en el terreno automovilístico. En aquel 1959, año de comercialización de este sorprendente Cadillac Eldorado Biarritz Convertible cuyo precio era de 7.400 dólares, los españoles de clase media-alta se deshacían por conseguir un Seiscientos o un Dauphine. Sólo los de mayor nivel económico, y no sin pocas recomendaciones, podían llegar a plantearse adquirir unos de los últimos Seat 1400. En realidad, este coche, aquí considerado vehículo de ministro, en Estados Unidos se podría equiparar a duras penas con un discretísimo Rambler América y cuatro metros y medio de carrocería. Ahora bien, como se dice en ciencias, la excepción cumple la regla. Y en este sentido, el deportivo Pegaso de Wifredo Ricart se encendía como un faro en el horizonte fabril español. Pero esa es otra historia…

De regreso al mundo real, nos encontramos apoltronados en un automóvil superlativo. El Cadillac Eldorado es grande, con mayúsculas, y sobresaliente en todos los sentidos, se mire por donde se mire. Las dimensiones resultan descomunales incluso desde la perspectiva actual. Desde dentro da la impresión de que sobra coche por cualquier costado. Hasta el parabrisas panorámico tiene un tamaño sorprendente; eso sí, posee una curvatura tal, que no deja el mínimo ángulo muerto, pues la moldura del cristal no llega, ni de cerca, al grosor de los montantes de los coches actuales. Hacia delante, el interminable capó se extiende como una llanura, a la que cuesta adivinar sus límites; y hacía atrás, vistas a través del retrovisor, las desproporcionadas y afilas terminaciones de las aletas provocan una mezcla de admiración, incredulidad y temor.

El vivo color rojo de la tapicería y la guarnición de cuero añaden otro punto de vistosidad y desenfado al interior. Nada se echa en falta y cualquier elemento se halla escrupulosamente ornamentado y bien dispuesto, rematado con un esmero de cirugía. Lo cierto, toda vez examinado uno a uno los accesorios y dispositivos puestos al alcance, es que el grado de equipamiento no tiene par. Incluye elevalunas eléctricos, regulación eléctrica del asiento, aire acondicionado, radio con preselección automática de sintonía, control de velocidad, dirección asistida, parabrisas tintado, sistema de accionamiento eléctrico de la capota, cambio automático…

Nada más insertar el selector del cambio en el modo Drive lo comprobamos, descubriendo la docilidad de una máquina que, a priori, no cabe duda de que puede parecer aparatosa y tosca. De cualquier manera, nunca perdamos de vista la cuadra de caballos que tiran del carro, nada más y nada menos que 345. Como par hay de sobra (60,7 a 3.600 rpm) y la transmisión automática Hydramatic (de cuatro relaciones) funciona a las mil maravillas, el gobierno de la nave se reduce casi a marcar la trayectoria, ayudados, como ya habíamos indicado, por una servoasistencia que permite girar el volante con un dedo. Y he aquí nuestra sorpresa, pues, a pesar a la magnitud del Eldorado, encontramos su comportamiento ágil: la carrocería no balancea ni cabecea en exceso, gira suficientemente bien y posee una frenada potente y estable Claro está, debemos poner esa "agilidad" moderada en relación con sus cercanos seis metros de longitud y dos de ancho y los 2.300 kilos que pesa el bicho.

Por supuesto, en la mente de Earl y de sus colaboradores no estaban las intrincadas carreteras alicantinas donde realizamos este ensayo. Qué duda cabe que es en las grandes rutas americanas donde el Biarritz se ha de desenvolver como pez en el agua. Aquí, la suspensión consigue controlar los vaivenes provocados por el terreno y asegura una estabilidad, como hemos dicho, encomiable para lo que podríamos esperar.

A ritmo de rock & roll y descapotados, como corresponde, van transcurriendo los kilómetros, aumentando la confianza en encontrarnos con nuestro particular El Dorado. Hemos estabilizado la velocidad de crucero a unos prudentes 90 km/h(apenas 2.200 vueltas), para sentir la grata sensación de navegar mecidos por las olas, que es lo que uno se imagina. Joaquín, también relajado, deja los galones de instructor para relatarnos la historia de este soberbio Biarritz, llegado hace unos años de las Américas. Con la ayuda de su tocayo Joaquín Monserrat, un erudito en materia de automóviles yanquis, los joaquines lo desmontaron prácticamente entero.

Poco a poco los tardíos rayos de sol dejan de soslayo una imagen majestuosa y espectacular del Biarritz. En la radio suenan los últimos acordes de la guitarra de Elvis. Todo queda listo para un nuevo despegue a otra dimensión. Comienza la cuenta atrás. MC